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Sexualidad Sagrada Crear Amor La sexualidad humana es mucho más que los órganos estrictamente sexuales y la práctica del coito. Constituye una poderosa energía que abarca el cuerpo entero, despierta y activa facultades conscienciales y tiene en el eje periné – coxis, como se subrayó en el contexto del Pentáculo Binario, el “asiento” desde el que -a través de la columna vertebral, el bulbo raquídeo y el sistema de comunicación compuesto por el cerebro de la cabeza y la glándula pineal- se desparrama por todo el organismo, lo que ha dado lugar a la antigua tradición en torno a la Kundalini. Esta comprensión profunda de la sexualidad llevo hace milenios hablar de la Sexualidad Sagrada, que nada tiene que ver con la percepción de la sexualidad como seducción, posesión, complemento y contento del momento: ansia de dominio (celos), control (renuncia a espacios propios, apropiación), miedo (a la pérdida) y ámbito egóico de nuestro pequeño yo. La Sexualidad Sagrada no es ni caza (instinto masculino) ni apropiación (instinto femenino). Incluye las relaciones sexuales, pero sabiendo que éstas no son sólo practicar el sexo, al igual que esta práctica no es sólo copulación. Y en ella, “hacer el amor” se transforma en Crear Amor: seres libres y plenos que, desde el Amor que Son, Amor Crean. Y esta libertad y plenitud hace innecesaria la sexualidad monógama, que, realmente, es una fuente permanente de promiscuidad sexual. La Sexualidad Sagrada es libre y esta libertad trasciende la promiscuidad para concentrarse en la conexión vibracional con otro ser con el que se armoniza frecuencialmente desde la dimensión interior de la persona y durante el tiempo –días o vidas- en el que esa conexión vibracional se mantenga.
Una visión masculina y materialista de la sexualidad Sin embargo, la llamada civilización ha ido metiendo a la sexualidad en una extraña paradoja: por un lado, se le carga con el peso de la culpabilidad y el sentido de lo pecaminoso o, incluso, “sucio”; y, por otro, se anima de numerosos modos a que su práctica sea abusiva, promiscua, mecánica, limitante e inconsciente. ¡Toda una contradicción!. Si se escarba en ella, es fácil percatarse de que su razón de ser se halla en una visión y una realización de la sexualidad masculina y materialista. Por lo primero, se ha degradado el papel de la mujer y se le ha imbuido una percepción tanto de “estar al servicio” del varón como de pintar con tintes de “suciedad” el deseo íntimo femenino de vivir una sexualidad diferente, más afectiva y menos física, más selectiva y menos masiva, más “lenta” y menos imbuida del culto a la velocidad que contamina todas las expresiones de la sociedad moderna. Y por lo segundo, se ha olvidado radicalmente la dimensión sagrada de una sexualidad que, teniendo una indudable base física e individual, permite transcender de ella para elevarse a un plano de conexión espiritual con la pareja que abre las puertas a la Divinidad y Unidad que en todo ahí y Todo Es. Frente a esta visión masculina-materialista, la auténtica esencia de la sexualidad es espiritual y ligada al principio hermético de género –femenino/masculino-, esto es, al equilibrio, interacción y fusión de las energías que en ella fluyen y confluyen. Se podría ahondar más sobre todo ello, pero lo enunciado es suficiente para entender el por qué tantas mujeres viven la sexualidad como algo raro o con dificultades para gozarla de manera completa y realmente placentera. En el transfondo de ello late la necesidad de una sexualidad diferente a la imperante. Una sexualidad descargada de prisas y de metas propias, liberada de la carga de ser el espacio donde se “ahogan las penas” de las frustraciones y sufrimientos cotidianos y ajena a la dinámica de pretenden suplir en ella, en el encuentro con el otro, las carencias de una vida incompleta y vacía. Una dinámica tan absurda como estéril que, en último extremo, lleva al hombre y a la mujer a sacar sus miedos y fobias y sus instintos de conservación en forma de “cazador”: el hombre, como cazador masivo, deseando a “muchas” aunque sólo una sea “mía”; y la mujer, como cazador selectivo, deseando “sólo uno” pero que sea “exclusiva y realmente mío”. ¿Qué hacer ante todo esto? Primero, siendo consciente de que la sexualidad está en la persona en sí, por más que su fuerza se desenvuelva en las relaciones sexuales con otra. Pero también puede desplegarse en soledad (Edad del Sol), lo que no es masturbación, sino expansión energética desde nuestra dimensión interior. En canto a la posible pareja, denominación actual de lo que debe ser otra persona con la que se goce de conexión vibracional, no olvidar que la pareja apropiada se mide no en términos de “enamoramiento”, que es un sentimiento en buena parte egóico (de ahí, por ejemplo que a veces nos enamoremos de quien nos rechaza o nos castiga), sino de Sintonía Vibracional, que es algo mucho más hondo relacionado con la Resonancia Interior y que siente en el Corazón. Y con la pareja, practicar la Sexualidad Sagrada sin planes para el mañana y sin necesidad de ilusos compromisos de amor de por vida (la citada Sintonía Vibracional no tiene una duración preestablecida y se mantendrá el tiempo que se mantenga, poco o mucho, esta no es la cuestión ni el problema, pues la Sexualidad Sagrada es un medio para la experiencia espiritual, no un fin en sí misma). La Meditación de la Luz que aparece en los próximos epígrafes es sólo un ejemplo de cómo desarrollar la práctica de la Sexualidad Sagrada. “Hieros Gamos”: sexualidad y espiritualidad La sabiduría procedente de tiempos inmemoriales -la de los egipcios y caldeos, la de Hermes, Moisés y Abraham y la de otras numerosas fuentes espirituales- enseña que en cada ser humano, bajo la realidad material, efímera y finita que percibimos con nuestros sentidos, se halla una realidad subyacente de carácter inmutable e infinito. Es el Ser, nuestro Yo Verdadero, eterno e inalterable. Conscientes de que nuestros pensamientos y el ajetreo de nuestra mente dificultan que percibamos ese Ser, conformando un auténtico muro que nos separa de él, sabios e iniciados de todas las épocas han procurado y logrado saltar el mismo, romper las cadenas de nuestro pensamiento y sensibilidad finitos, y llegar al Yo Profundo que mora en cada uno, "establecerse" en él, como afirma el hinduismo. Ese ha sido el objetivo de los místicos de todos los tiempos y de cualquiera de las religiones. Para satisfacer tal objetivo, desde la antigüedad se han buscado procedimientos y métodos que ayuden al respecto, desde la meditación y la oración a las prácticas respiratorias, pasando por un amplio conjunto de técnicas, tanto individuales como colectivas. Entre éstas se encuentra el “Hieros Gamos”, que enlaza con el principio hermético de género y el uso de la sexualidad desde una perspectiva espiritual. La expresión “Hieros Gamos” procede del griego y significa “matrimonio sagrado”. Con ella se nomina una liturgia de varios milenios de antigüedad en la que los participantes persiguen establecerse, aunque sea de modo fugaz, en el Ser que mora en todo ser humano y es parte de la única Identidad Universal o Unidad Divina. Para ello, como otros métodos y ceremoniales, el “Hieros Gamos” busca que las personas que lo practican salten la barrera que representa nuestra mente mortal mediante el procedimiento de liberarla de toda carga y dejarla inerte por un momento, vaciándola de todo contenido, idea o pensamiento. Lo que distingue al “Hieros Gamos” de cualquier otro procedimiento es la pértiga, valga el símil deportivo, que utiliza para dar semejante salto: el impacto y los efectos del gozo sexual. Para ello se acomete un ceremonial que pivota en las relaciones físicas entre los participantes, mujeres -ataviadas con gasas blancas y zapatos dorados- y hombres -con túnicas y zapatos negros- que guardan el anonimato bajo mascaras. Sin embargo, aunque su manifestación externa sean las relaciones corporales entre los ceremoniantes para alcanzar el éxtasis sexual, el “Hieros Gamos” es un acto de alto contenido espiritual y poco o nada tiene que ver con la imagen mostrada en películas como Eyes wide shut -donde un puñado de neoyorkinos de clase alta dan rienda suelta a su “snobismo”. El placer provocado por el orgasmo es el medio, no el fin. La meta verdadera es que los participantes se imbuyan, aunque sea por un instante, en la única realidad auténticamente existente que mora en su interior, introduciéndose, así, en el plano de la divinidad que se halla subyacente en todos los seres. Antiguamente, las relaciones sexuales, además de su lógico contenido físico, se entendían también como procedimiento idóneo para experimentar la divinidad que todos atesoramos. Eran tiempos en los que el principio hermético de género estaba muy presente en el quehacer cotidiano y en la manera de interpretar el mundo. Una de sus manifestaciones consistía en la creencia de que el varón es espiritualmente incompleto hasta que tiene conocimiento carnal de la divinidad femenina, siendo la unión física con la mujer su único medio para llegar a la plenitud espiritual y adquirir finalmente la gnosis, el conocimiento de lo divino. De este modo, desde los días de Isis, los ritos sexuales se consideraron puentes a disposición del ser humano para dejar la tierra y alcanzar el cielo. En su comunión con la pareja, el ser humano pude alcanzar un instante de clímax, en el que su mente queda totalmente en blanco, y “ver-sentir” al Dios interior y la Unidad Divina de cuanto Es y existe. Mediante la comunión sexual, se consigue un momento en el que la mente queda totalmente libre y el hombre o la mujer "ven a Dios", decían los iniciados antiguos, en el sentido de transcender del cuerpo, de su materialidad, para sentir la presencia del Ser. Desde un punto de vista fisiológico, el clímax se acompaña de unas fracciones de segundo desprovistas de pensamiento, un brevísimo vacío mental, un momento de clarividencia durante el que puede adivinarse el Yo interior y disfrutar de su presencia divina y del sentimiento de Unidad de la Creación. Los gurús alcanzan estados similares de vacío de pensamiento mediante la concentración y suelen describir el Nirvana como un orgasmo sin fin. En la antigüedad, el sexo se comprendía de una manera muy distinta a la actual. El sexo engendra la vida, el milagro más extraordinario, y los milagros son patrimonio de los dioses. La capacidad de la mujer para albergar vida en su seno la convierte en sagrada, divina. La relación sexual constituye la unión de las mitades del espíritu, la masculina y la femenina, a través de la cual el ser humano puede obtener la plenitud espiritual y la comunión con Dios. En este conocimiento se basa el “Hieros Gamos” que, lejos de cualquier tipo de perversión, es una ceremonia sacrosanta. No sólo el Egipto antiguo practicó esta clase de ritos, también otras culturas y tradiciones la incluyeron en su mística, entre ellas, por ejemplo, la hebrea primitiva. Los primeros judíos creían que el “Sanctasanctórum” en el Templo de Salomón albergaba no sólo a Dios, sino a su poderosa equivalente femenina, la diosa Shekinah. Los hombres que pretendían la plenitud espiritual acudían al templo a visitar a las sacerdotisas, “hieródulas”, con las que hacían el amor y experimentaban lo divino a través de la unión carnal. El tetragramaton judío YHVH, que subyace en el “Shem Shemaforash” o “Nombre Secreto de Dios”, deriva de una andrógina unión física entre el masculino Jah y el femenino Havah, la denominación prehebraica de Eva. La Iglesia oficial, tras su constitución como tal, al igual que otras grandes religiones, percibió como una seria amenaza para su poder el uso del sexo para comulgar directamente con Dios y percibir el Yo Verdadero de la cada cual. Tal práctica, como otras que se afanó en desvirtuar, la relegaba a una posición francamente secundaria y, lo que es aún más grave, deslegitimaba su papel de exclusivo vehículo hacia Dios. Por ello, el catolicismo y las religiones modernas optaron por satanizar el sexo, convirtiéndolo en un acto pecaminoso y sucio e intentando convencernos de que temamos nuestro deseo sexual como a la propia mano del demonio (diversos movimientos heréticos cristianos -por ejemplo, el "alumbradismo", en el siglo XVI- intentaron rescatar del olvido y la marginación la interrelación entre sexualidad y espiritualidad, siendo cruelmente perseguidos por ello). La sabiduría heredada de tiempos atrás y nuestra propia fisiología nos enseñan e indican, en cambio, que el sexo es algo bello y natural, que nos aporta fuerza psíquica y salud física, y un hermoso y potente camino hacia la plenitud espiritual. Sexualidad tántrica: Meditación de la Luz Íntimamente conectado con todo lo anterior se halla el denominado tantrismo. Muchos textos y libros abordan sus contenidos fundamentales. Por ejemplo, el de Diana Richardson titulado Tantra Amor y Sexo. El corazón del sexo tántrico. Siguiendo sus contenidos, el arte del tantra puede ser definido como la conjunción de sexo y meditación. Es una experiencia espiritual, a la vez que física y energética, donde extremos, aparentemente opuestos, se unen para formar uno solo. Cuando esto sucede surge un soplo mágico que nos transporta a una “Cuarta Dimensión” donde nos sentimos misteriosamente envueltos en un fascinante “momento presente”. Es un momento en que nos sentimos sensibles y permeables porque la energía esencial del Universo, el pulso mismo de la vida, palpita en nosotros. El tantra es “consciencia de la realidad”. Nos invita a ser plenamente conscientes de nosotros mismos mientras realizamos el acto sexual, a proyectar nuestra atención sobre el interior, estar absoluta y plenamente presentes para nuestros sentidos y sentimientos, estar “aquí” y “ahora”. Generalmente pensamos que meditar es estar a solas sentado en el suelo con el tronco erguido, permaneciendo tranquilo y sin hacer un solo movimiento… en efecto, así podemos meditar, pero es solo una forma de meditación.
El tantra indica tres formas de analizar nuestra sexualidad para limpiarnos o desacondicionarnos, con efectividad, de patrones sexuales inconscientes que afectan a la calidad amorosa de nuestra vida: +La primera de estas formas es cuestionar el hábito de tener que alcanzar el orgasmo a toda costa; así como darnos cuenta de que cuando vamos a alcanzarlo estamos básicamente ausentes o distraídos y, en consecuencia, relativamente inconscientes; +la segunda es cambiar la naturaleza de nuestra participación en el acto sexual; es decir, en vez de “hacerlo”, “estar” en él; y +la tercera es restablecer nuestra sensibilidad genital original (inteligencia magnética) por medio de la relajación y de la consciencia del “momento presente”. Hay muchas prácticas tántricas. El círculo de la respiración luminosa o Meditación de la Luz es una de las más antiguas formas de meditación tántrica, que todos podemos practicar:
Prácticas como esta maravillosa Meditación de la Luz abren a la sexualidad puerta nuevas y sabias que permiten discernir su carácter sagrado y todo su calado y contendido, que va mucho más allá de la “practicar el sexo” o incluso de “hacer el amor”, para transformarse en una fuente inagotable para Crear Amor y expandirlo a toda la Creación. |
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