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Capítulo VII “Yo te tranco y te cierro el banco...” “Y yo te tumbo...” Faltaban siete minutos para las ocho de la noche cuando la seguridad del edificio avisó al anfitrión que su invitado especial había llegado. Era increíble la puntualidad con que el Presidente manejaba su agenda. La cena estaba pautada para las 8:00 PM, pero Hipólito Mejía era incapaz de llegar tarde a ningún compromiso. Miguel Vargas Maldonado, Ministro de Obras Públicas improvisó un comité de recepción entre la gente que en ese momento compartía una copa, a su lado, esperando al Jefe de Estado. Colocó a su izquierda al único extranjero del grupo, Mario Vásquez Raña, presidente del Comité Olímpico Internacional. Ramón Báez Figueroa quedó a su diestra, mientras que al lado de éste se colocaron el licenciado Miguel Franjul, director del periódico Listín Diario y Ruddy González, director del vespertino Última Hora. Todos quedaron expectantes frente a la puerta del elevador que debía abrir exactamente en la de entrada del Pent House de la Torre Diandy XVIII de la Avenida Anacaona No. 27, en el exclusivo residencial Mirador Sur de Santo Domingo. Vásquez Raña recibía una cena en su honor. Visitaba al país para inspeccionar los avances de la infraestructura para los XIII Juegos Panamericanos y del Caribe. En realidad era una especie de reconciliación con el mexicano que había enfrentado al país de una manera muy álgida, ya que aspiraba llevar este evento deportivo para México, y la República Dominicana le torció el pulso. De hecho Mario Vásquez Raña apostó en todo momento a que los esfuerzos dominicanos fracasaran en los preparativos, con la finalidad de utilizar eso como excusa y adjudicarle la sede a su país. Pero esto no ocurrió y el millonario mexicano cedió, al ver los avances logrados en las construcciones. Los XIII Juegos Panamericanos en Santo Domingo eran un hecho insoslayable. A celebrar pues. Por eso se encontraba como invitado especial en un ágape de 23 comensales, integrado básicamente por directores de periódicos y algunos dirigentes olímpicos. Eran las 8:03 minutos de la noche cuando las puertas metálicas del ascensor cedieron para dar paso a la figura imponente de Hipólito Mejía, flanqueado por el mayor general Carlos Díaz Morfa.
Mientras hablaba, con la mano derecha sobre los hombros del presidente lo conducía hacia el comedor donde esperaban tres mesas redondas con ocho invitados cada una, la gran mayoría directores de la prensa escrita. El presidente había reaccionado molesto con una información que acababa de publicar el periódico Listín Diario sobre actos de corrupción en el Instituto Nacional de la Vivienda (INVI) en un escándalo que se denominó “Las Madrinas del INVI”. Una serie de cheques irregulares emitidos por la institución para premiar a militantes del partido de gobierno, PRD, con sumas de dinero extraídas del erario. En su condición de director del Listín Diario, Franjul había sido invitado a la cena sin que nadie pensara que la información pondría al Primer Mandatario a reaccionar con tanta virulencia. Ramón Báez Figueroa, uno de los principales colaboradores del los Juegos Panamericanos y dueño del periódico más viejo del país, vivía en el Pent House de la Torre Libertador, exactamente al lado del edificio donde se celebraba el encuentro. Vargas Maldonado logró llevar al Presidente hacia la mesa principal de la noche, donde ambos compartirían con Pepín Corripio, propietario del diario Hoy, Anibal de Castro, director de Diario Libre, Mario Vásquez Raña, presidente del COI, Ramón Báez Figueroa, dueño del Listín Diario, José Joaquín Puello, presidente del Comité Olímpico Dominicano y Ruddy González, que fue llamado por el anfitrión, para ocupar un puesto que había quedado vacío. Las miradas cortaban el aire. El clima era tenso. Hipólito Mejía pasaba balance macabro sobre la doble lealtad de Ramoncito, a quien nunca había perdonado que se convirtiera en un gran aliado del ex presidente Leonel Fernández. Al momento de reaccionar como lo había hecho, quería enviar un mensaje muy claro al dueño del periódico, aunque su furia la descargara contra el subalterno. Como experto en carambolas, golpeaba primero la bola intermedia con el fin de llegar al mingo, que era su objetivo. Pero no se habló más del asunto. El deporte y el olimpismo se encargaron del resto de la noche. No sería la única vez que Miguel Franjul confrontaría situaciones tan peligrosas. Con ocasión de la publicación en el diario que dirigía de unas informaciones que cuestionaban la moral del Superintendente de Bancos, licenciado Julio Cross, éste reaccionó de manera violenta y su primer movimiento fue colocarse a la cintura una poderosa pistola ametralladora Glock GS-18 que dispara ráfagas, la cual portaba con permiso legal, como el resto de la decena de armas de fuego que adornan su habitación. Cross no iba a permitir que “este carajo jugara con mi moral y la de mi familia...”, y redimiría con sangre su honor. Salió apresurado de su residencia de Piantini, sin cuidar mucho la apariencia, dejó su camisa por fuera para que tapara el arma de fuego con la que lavaría la afrenta y salió disparado hacia el Listín Diario. La situación era dramática. Julio Cross se encontraba entre uno de los más eficaces tiradores de la República Dominicana y tenía pasión por las armas. Estaba calificado entre uno de los primeros cinco mejores en “Tiro de Combate” y difícilmente fallaba un disparo. El Listín Diario había publicado en la portada, a ocho columnas, que la primera medida de Cross al frente de la Superintendencia de Bancos había sido aumentarse el sueldo a RD$290 mil pesos mensuales, cuando esa había sido una medida que encontró aprobada por el pasado Superintendente de Bancos, licenciado Alberto Atallah, producto de un estudio técnico ordenado para determinar un reajuste de salario acorde con las funciones de la delicada entidad financiera. La familia de Julio Cross sufrió mucho por estos ataques del diario dominicano y Julio salió a resolver el problema a su manera. Precisamente cuando tomaba rumbo por la avenida 27 de Febrero hacia la sede del centenario diario dominicano, entró a su teléfono móvil una llamada de su amigo el abogado Luis Miguel Pereyra... La adrenalina que circulaba por su cuerpo hizo que su voz sonara rara, exaltada... El amigo notó de inmediato el estado de estrés y agitación de Cross, que además respiraba con jadeo.
El discurso empezó a hacer efecto... El prestigioso abogado Pereyra sintió en la distancia que Julio reflexionaba. El silencio en medio de tanta excitación indicaba una de dos cosas: o había decidido dejar la conversación y seguir adelante con sus planes macabros o sencillamente le habían calado las palabras de su amigo y ahora meditaba sobre las consecuencias que le había descrito. Como enviado por un ángel de la guarda, Pereyra tuvo la virtud de detener a Cross, quien al final decidió girar en la avenida Máximo Gómez hacia el norte, para dirigirse hacia la oficina que tenía en Naco el famoso jurista y amigo. Abandonó la ruta funesta que le conduciría a un destino impredecible. En un incidente como el que tenía planificado, lo acusarían de premeditación, alevosía y asechanza, y todas esas atenuantes en un asesinato de primer grado, contra uno de los periodistas más reconocido del país, director, además del Listín Diario, le conducirían a una larga prisión y a la castración de su brillante carrera profesional. Matando al periodista, pensaba que podría perpetuar su imagen de hombre íntegro, y que lavaría su honra, pero frustraría su destino y el de sus hijos. Él tenía la oportunidad de seguir interactuando en la vida pública o privada dominicana, manteniendo en alto sus valores morales, sin tener que tomar una decisión tan drástica y funesta. Luis Miguel Pereyra cumplió su promesa y llevó al licenciado Julio Cross ante Miguel Franjul, quien procedió a darle el derecho a réplica, corrigiendo las informaciones publicadas. Miguel Franjul nunca se daría cuenta de lo cerca que estuvo de la muerte, y cómo, por obra y gracia del destino, una llamada telefónica le salvó la vida. Unos meses más tarde, Cross y Franjul quedarían emparentados, mediante la unión matrimonial de unos familiares muy cercanos de ambos y formarían una gran amistad. Capítulo VIII “! Qué derroche de amor, cuánta locura!” Manuel Jiménez Mientras Ramoncito hojeaba el catálogo con verdadero entusiasmo, su mente se transportaba a las bravías aguas del mar Caribe frente a la playa de Palmilla en la costa Este de la República Dominicana. Con la magia de la imaginación, sentía el frescor de la brisa acariciando su rostro, mientras un penetrante olor salobre inundaba sus sentidos. Figuraba un día hermoso, radiante, lleno de vida. Por eso sus ojos se paseaban entusiastas por las páginas del folleto de publicidad en el salón de ventas de la empresa Azimut Spa en la Florida, mientras acompañaba a su amigo Papo Menéndez, quien avanzaba las negociaciones para comprar un pequeño barco pesquero. Ramón Báez Figueroa lucía encantado. Había decidido acompañar a Papo sólo con el propósito de realizar algunas diligencias comunes en Miami, pero nunca pasó por su mente comprar un yate en ese momento, más los ejemplares que mostraba el brochour eran impresionantes. Se envolvía en el sortilegio de la publicidad y de repente le hacían sentir dueño del mundo. Además, se lo ponían tan fácil, que casi debía rogarle para que le vendieran. Azimut Spa era representante en el estado de la Florida de Benetti, la más grande empresa fabricante de embarcaciones de lujo del mundo, que tiene su sede principal en Italia. Los yates más suntuosos, regios y modernos eran vendidos por Benetti. Su salón de ventas, como era de esperar, no contaba con la exhibición de las naves, pero estaba decorada con una amplia muestra fotográfica de ellas. Finamente decorada, la sala en la que se hallaba Ramoncito entusiasmado, mostraba un ambiente muy agradable, con exquisitos detalles italianos. El banquero se levantó del mullido sofá para acercarse hasta el vendedor que atendía a Papo Menéndez.
Mientras el agente vendedor rellenaba una buena cantidad de documentos, orden de fabricación, con todos los detalles de la nave; contrato de compra, recibo de ingreso, fotocopia de pasaporte, etc., el banquero dominicano siguió dando una mirada a las demás naves que aparecían en el catálogo. De repente, otra impresionante embarcación llamó poderosamente su atención. Se veía majestuosa, imponente denotaba fastuosidad. “En este medio, hay que impresionar. Con la apariencia se gana la mitad del pleito... Como banquero, tengo que mostrar lo mejor. Así inspiraré respeto y luciré poderoso...” pensaba Báez Figueroa para sus adentros.
El empleado rompió los papeles que estaba completando y procedió con entusiasmo y cortesía a rellenar de nuevo todos los documentos, sin inmutarse si quiera. Por el contrario, su comisión se había duplicado como por arte de magia y lo que más le encantaba era, que ni siquiera fue el producto de su esfuerzo de venta, si no que el mismo interesado se auto atendió. Con clientes así, estaría él abundante el resto de su vida por los emolumentos que recibiría. De nuevo presentó la documentación a la consideración del señor Ramón Báez Figueroa, quien procedió a firmar otro cheque de la misma empresa Intermarine Overseas, Ltd. ahora por la suma de seiscientos mil dólares norteamericanos a nombre de Azimut Spa Ltd. Todo había quedado zanjado. El hombre del Central Romana, don Papo Menéndez, quien además era vicepresidente de Baninter, había concluido también su operación y ambos se dispusieron a marcharse. Al salir del amplio local, en el recorrido hacia el automóvil, pasaron por el atracadero, para dar un vistazo a las maravillas modernas que permitían vivir en alta mar tan confortable como en una de las mejores villas de cualquier resort de lujo. Pero el destino aún le guardaba sorpresas al intrépido banquero dominicano. Se acercó al atracadero, en el preciso momento en que entregaban un sorprendente yate a un Jeque árabe que lo había adquirido en la misma empresa. Ramoncito quedó boquiabierto. No podía reaccionar. Qué belleza, cuánta clase... De inmediato se volvió hacia el vendedor, que extendiendo al máximo su cortesía, les acompañaba hasta el vehículo.
Recorrió con delectación todas sus áreas y cada vez lucía más impresionado y decidido. Cuando hubo terminado su inspección, el rostro estaba radiante, extasiado, excitado. Miró con deleite al vendedor y le disparó a la cara:
Los empresarios volvieron a la sala de ventas, acompañando a un entusiasmado vendedor que no terminaba de explicarse cómo había tenido tanta suerte en un solo día. Este señor acababa de aprobar la compra de un yate de catorce millones y medio de dólares y estaba entregando un down payment de tres millones quinientos mil dólares. La comisión del down payment solamente le garantizaban unas navidades placenteras, junto a su familia. Negociar un yate de US$3 millones de dólares era una apreciable venta que todos celebran en grande. Pero no se produce con mucha frecuencia. Si la venta fuera de US$6 Millones de dólares, es mucho más difícil realizarla. Pero encontrarse con un negocio fortuito, sin mucho trabajo, de US$14 millones 500 mil dólares, eso no se lo iba a creer ni siquiera su mujer, que le tiene presionado desde hace tiempo para que cambien de casa. Esta vez el vendedor sí estaba convencido que sería cerrada la operación. Los ojos de éxtasis del comprador y la mirada de ensueño no dejaban dudas. Además, por dos razones fundamentales: ya no tenían barcos más grandes y el comprador parecía un niño con su primer juguete, estaba completamente alucinado con su adquisición. En esto no exageraba el agente de Azimut Spa. El Patricia, como habría de llamarse, estaría catalogado en las principales revistas especializadas del mundo como uno de los 25 mejores barcos de lujo del globo terráqueo, de una selección de las 125 embarcaciones más destacadas y de mayor tamaño. Tenía 145 pies de eslora, El Patricia entraría en una privilegiada posición en el ranking mundial y luego de inaugurado empezó a ocupar las portadas de importantes revistas especializadas en el tema. En Santo Domingo, claro que causó gran conmoción en el mundo de los amantes del mar. Papo Menéndez miraba a su amigo con incredulidad. No se imaginaba una acción de compra como esa. Había conocido muchos compradores compulsivos en su vida, incluyendo a su esposa, pero no tenía la más mínima idea de que existiera un ser humano que llegara a un nivel de gastos tan exorbitantes con tanta facilidad. Se puede hacer una inversión cuantiosa en un lujo extremo, si la persona tiene los recursos suficientes, si ha sopesado bien la operación durante un tiempo, si ha consultado a sus asesores financieros sobre la pertinencia, en ese momento del egreso, si algunos técnicos expertos, han evaluado el artículo de lujo comprado y han dado su aprobación para esto. En definitiva, invertir US$14.5 millones de dólares, casi RD$230 millones de pesos, equivalentes al capital de muy pocas de las empresas dominicanas, con sólo media hora de inspección en un catálogo, era un hecho insólito para el cauto hombre de negocios del Central Romana, que con mucho más dinero que Ramoncito, había ido a comprarse una modesta lancha de pesca, de escaso valor relativo. De todas maneras, la forma de hacer negocios de Don Papo, como todo empresario mesurado, es que para usted invertir RD$230 millones de pesos, valora cuán útil puede ser el bien comprado. Entonces Menéndez se puso a hacer cuentas en la mente: Un yate de esa naturaleza tiene un costo de mantenimiento enorme. El capitán debe ganar una fortuna, y la tripulación debe ser especializada. Un atracadero en la marina de cualquier resort – en este caso, sería Casa de Campo de la Romana – también cuesta un tesoro, y cualquier travesía es carísima, en costos de combustibles y otros. ¿Qué uso le da usted a un lujo de esta naturaleza? En los primeros meses, y por la fiebre de disfrutarla, pero sobre todo, para impresionar a todos los amigos y relacionados que invita al mismo, como mínimo se usará todos los fines de semana. Luego dos veces por mes, para terminar, en el mejor de los casos, saliendo una vez por mes en esa lujosa nave. Si usted calcula que la depreciación es porcentual, cualquier partida que usted deduzca de US$14.5 millones de dólares es considerable al año. Entonces, ha invertido usted una fortuna, para exhibirse una docena de veces al año, con un costo anual real, muy probablemente cercano al millón de dólares. Era demasiado exhibicionismo. No cuadraba en el comportamiento de un empresario hecho con el esfuerzo diario que representa echar una empresa hacia adelante, contra viento y marea. Sí, su amigo no iba por buen camino. Tendría que esperar que bajara la euforia de ese momento y luego aconsejarlo. Si así estaba usando el dinero de Baninter, las cosas no andaban bien.
Don Papo Menéndez no estaba descaminado cuando empezó a preocuparse por el volumen de gasto que había hecho su amigo en media hora de compra, sin consultarlo ni siquiera a él que le acompañaba. Ramoncito había emitido un cheque de la empresa Intermarine Overseas, S.A., una empresa off shore con asiento en Islas Cayman, y con su cuenta en Baninter & Trust, pero con una pequeña dificultad: ese día, 13 de septiembre de 2001, Intermarine no tenía un solo dólar en la cuenta de la que había emitido un cheque de US$3.2 millones y con la que pagaría los otros US$13 millones en los próximos seis meses, con un plan de pago que incluía cuatro millones doscientos cuarenta mil dólares (US$4,240,000) el 15 de septiembre, dos días después del primer pago. Para el 15 de noviembre, a los 30 días, pagaría otros US$4.2 millones de dólares y saldaría la cuenta contra la entrega del barco con los últimos US$2,920,000. Cuando los instrumentos de pago llegaron al banco, como era el estilo, Marcos Báez era consultado, y se procedía a realizar un sobregiro en esa cuenta. Los bancos off shore no eran supervisados por la Superintendencia de Bancos, ni por el Banco Central, ni por la Junta Monetaria. Para la gran mayoría, nadie tenía interés en detener una acción impúdica que evadía los impuestos, las normas prudenciales, las leyes monetarias y financieras, mientras todos se hacían de la vista gorda, durante tantos años, sin que podamos saber por qué tanta desidia con una vigilancia que era vital para salvaguardar los recursos de los depositantes que confiaban en un sistema bancario que estaba supuestamente regulado y vigilado. Ramón Báez Figueroa había comprado el yate más lujoso y caro de América Latina y no le había costado un solo centavo. Al final el pueblo dominicano, a través de los impuestos, tendría que pagar ese lujo. Su sistema de contabilidad doble borraría el sobregiro recogiendo los depósitos de ciudadanos honorables. Había adquirido una embarcación al estilo de los jeques árabes, con el sudor de la frente de muchos dominicanos que confiaban, no en él, claro está, si no en un Estado de Derecho que le había garantizado a esa gente que los bancos dominicanos eran confiables. La cuenta de Intermarine Overseas permanecería sobregirada desde el mismo día 13 de septiembre de 2001 que se hizo la compra, sin depositarse un solo centavo en ella, hasta el día 12 de marzo del año 2003, cuando Marcos Báez Cocco, cumpliendo instrucciones de Ramón Báez Figueroa, procedió a borrarla, mediante un Memorandum interno de esa fecha. Papo Menéndez llevaba a Ramoncito hacia la tienda de artículos de espionaje Spy World en Coral Gables. Antes de llegar al lugar, Báez Figueroa quiso cerciorarse de que podía ver al manager del establecimiento. Luis Daniel era el único con el que tenía confianza, para hacer este tipo de transacciones y más que eso, le guardaba siempre los últimos adelantos tecnológicos en espionaje profesional. Ramoncito era un apasionado de las escuchas telefónicas y de las grabaciones y filmaciones secretas. En su despacho todo el que entraba a tratar cualquier tema quedaba grabado en “cinemascope y a colores” como decían las películas de antes. Ramón Báez marcó el número de la tienda 305-442-9999.
Don Papo Menéndez siguiendo instrucciones de su amigo tomó el Bulevar Ponce de León, haciendo un giro a su derecha y avanzó hasta la casa #129, de la avenida Miracle Mile, donde se divisaba el modesto local de la tienda de espionaje. El letrero rojo Spy World en sobre relieve de neón lograba cubrir toda la parte superior del pequeño local que sólo tenía como fachada principal cinco metros de cristal hacia la avenida. Por las apariencias externas nadie sospecharía que ahí se encontraban los más grandes avances de la tecnología en materia de espionaje y que era uno de los preferidos por los espías dominicanos que vivían de las intervenciones telefónicas ilegales y algunos de ellos del chantaje y la extorsión. Ramón Báez Figueroa entró plácido a la tienda, cuando don Papo se hubo marchado, y se sumergió en un extasiante mundo de novedades y fantasías. Desde que entró al recinto comercial su imagen se multiplicó por mil y pudo verse en todos los monitores que estaban en el pequeño salón, sin tener idea de dónde estaban las cámaras que le enfocaban. Eso le gustaba. Ramoncito abrió los ojos con suavidad, para desvanecer la imagen de sus recuerdos proyectados en la gran pantalla en la que había convertido el techo de su celda. Retiró las manos que había mantenido entrecruzadas debajo de su nuca y se dispuso a cambiar de posición. Era increíble la nitidez con que podía ver los hechos recientes de su vida en ese gran plasma de fondo blanco que estaba sobre su cabeza. Más cerca de la realidad, pensó en Patricia, su adorada esposa... En poco tiempo estaría aquí, para pasar el resto de la tarde con él, como todas las tardes que había tenido en cautiverio. Incluso había logrado, en algunas ocasiones, que le permitieran amanecer en el recinto carcelario. Eso le reconfortaba un poco. Él tendría por lo menos un cuarto de su pena carcelaria disuelta en la tranquilidad y el sosiego que le daba su compañera. Con ella a su lado se caían los barrotes, se derribaban las paredes y el espacio se hacía amplio y confortable. De repente se convertía en un gran prado libérrimo, de convivencia a plenitud en la eternidad de su encantadora presencia. A su lado había tenido que comportarse con mucha clase, estilo, nivel. Ahora no era una señora cualquiera. Dotada de una belleza extraordinaria, tenía como plus su aguda inteligencia y su don de mando. Una personalidad muy especial. Báez Figueroa venía del fracaso de su primer matrimonio con doña Rosa María Zeller. Se habían dado todas las condiciones para enlazar su vida a una mujer de las condiciones de Patricia Álvarez. Él no estaba para esperar. La figura de don Ramón deslizándose por los pasillos del Palacio Nacional era inusitada. Desde su época de gloria como Ministro de Industria y Comercio del gobierno de Antonio Guzmán Fernández, sus visitas a la casa de gobierno eran escasas. Podrían contarse con los dedos de una mano, y sobraban algunos. Su rostro adusto y el ceño fruncido dibujaban un nítido cuadro de preocupación. Su andar pesaroso denunciaba un estado de ánimo decaído. Los ojos vivarachos buscaron con presteza el manubrio de la puerta que da entrada al antedespacho presidencial y se hizo presente en un lobby lleno de figuras conocidas.
El empresario había convenido en visitar al mandatario, luego de haberle explicado por teléfono la urgencia en abordarle temas que le preocupaban en demasía. El presidente le esperó de pie frente a su escritorio y saludó con efusividad y respeto al ex presidente del Banco Intercontinental.
El presidente pasó revista con Báez Romano sobre los hechos que más le preocupaban. El conservador empresario veía con recelo la agresividad con que su hijo estaba incidiendo en todos los hechos de la vida nacional. Eso no era saludable para ningún banco. Don Ramón Báez Romano tenía conocimientos muy precisos de los procedimientos que se estaban aplicando en el banco y sabía que sólo era cuestión de tiempo para que la dinamita sobre la que estaba sentado Ramoncito explotara y lo lanzara por los aires. Si bien la caída en desgracia de su hijo le quitaba el sueño y le encogía el alma, había una espina punzante que tenía clavada en el pedacito de cerebro que genera el miedo: eran las grandes aprensiones de que la riada que arrastraría a su hijo, pudiera alcanzarlo a él y empujarlo hasta los sumideros de la historia. A esta edad no quería ni podía enfrentar un proceso judicial y mucho menos que éste le llevara hasta los barrotes de una cárcel inmunda.
El Jefe de Estado no sabía cuán distante estaban sus informaciones de la realidad. Cuando Vicente Bengoa encargó al licenciado Montes de Oca para que le rindiera un informe de inmediato, sobre la liquidez y solvencia de Baninter, para ofrecerlo en minutos al Presidente de la República, el técnico lo único que hizo fue tomar los informes que Baninter enviaba a la Superintendencia y hacer los cálculos normales con la fórmula que se utiliza para determinar el Índice de Solvencia. Era matemática elemental que si a esas fórmulas se le introducían valores falsos, (que eran siempre los que enviaba Ramoncito a la Superintendencia) el resultado final sería también falso. Montes de Oca no hizo el menor esfuerzo por acudir a otros procedimientos que le hubiesen evidenciado la verdadera situación de Baninter. Don Ramón Báez Romano abandonó la reunión con cierta tranquilidad de espíritu, pero algo en su interior le decía que las cosas no marchaban tan bien como el presidente creía, ni las cuentas del banco eran tan boyantes como su hijo las presentaba a él y las autoridades. Su íntima convicción le decía que un problema enorme se estaba tejiendo y que su vástago, y tal vez él mismo, tendrían que pagar consecuencias impredecibles. En su memoria lejana recordó la forma en que Baninter comenzó a esconder sus pérdidas y a dar resultados positivos para las autoridades, aunque la realidad del banco era otra muy distinta a la que decían esos documentos, creando una pirámide ficticia que bien pudo haber sido aumentada por su hijo. Eso era lo que le mortificaba y no se atrevía a comentar con el Presidente. De alguna manera, ante el hombre que gobernaba el país, la preocupación que expresó le protegía momentáneamente el honor que tanto le interesaba conservar, tomando en cuenta los años por vivir y su muy pesada historia familiar. |